Transcribimos a continuación un artículo de Leandro Lía, publicado en el nro. 581 del periódico ENTRE TODOS del 17/5/2025 y reproducido en el sitio de la Iglesia Católica Uruguaya, icm.org.uy
El particular templo, ubicado sobre Bvar. Artigas y elegido como Iglesia jubilar para este año santo, tiene una realidad diferente a la que se puede encontrar en las parroquias arquidiocesanas.

Foto de algunos miembros de su comunidad. Fuente: G. García
Desde el cruce de Bulevar Artigas y Goes, prácticamente al lado de la terminal de Tres Cruces, asoma una imagen que ya, por absoluta costumbre, es característica del paisaje. Un impecable templo, con sus cinco grandes escalones y, encima del ingreso, la ilustración de Cristo pleno, incólume, colmado de gloria.
Su interior luce absolutamente cuidado. Detrás del altar, destaca una imagen suspendida en el aire. Es precisamente un Cristo resucitado, de abrazos abiertos, que se eleva sobre el presbiterio. La cruz está visible, pero no hay clavos en ella. Cristo, con su vestidura impoluta, está cubierto de dorado, para resaltar su divinidad. Sus brazos extendidos son muestra triunfal de que acoge a todos los fieles que ingresan al templo. Pareciera abrazarlos para colmarlos de su plenitud.
Esta escultura —representación teológica a cargo del artista Ramón Cuadra Cantera— también encarna el rol del santuario en la comunidad. Porque —ni parroquia ni capilla— este templo ofrece una realidad pastoral distinta, dentro de una zona que también lo es. Es un lugar de tránsito que se transforma en lugar de encuentro. Es una iglesia que parece absorber el ritmo de la ciudad y devolverlo en forma de pausa, en clave de oración.

La concreción de un anhelo
La historia del Santuario del Señor Resucitado comenzó a gestarse en los años noventa, cuando el entonces arzobispo de Montevideo, Mons. José Gottardi, impulsó su construcción como un nuevo espacio de fe, en el corazón de nuestra capital y en un lugar de especial significado: a escasos metros del sitio en el que el Juan Pablo II celebró la misa del 1º. de abril de 1987, durante su visita a Uruguay.
El arquitecto Francisco Collet Lacoste estuvo a cargo del proyecto. Las obras iniciaron en octubre de 1996, pero el camino no fue nada sencillo. Las dificultades económicas retrasaron el proceso, y la inauguración se postergó más allá de lo previsto.
El 29 de abril de 2001 quedó marcado en el calendario de la comunidad como el día en el que se abrieron las puertas del templo, aunque todavía restaba mucho por hacer: faltaban pisos, trabajos de pintura, algún mobiliario e, incluso, parte de la decoración interior.

La celebración inaugural fue presidida por el entonces arzobispo de
Montevideo, Mons. Nicolás Cotugno, sucesor de Mons. Gottardi, quien
dedicó el templo al Señor Resucitado. Como gesto especial, durante la
ceremonia se escuchó un mensaje grabado por el propio san Juan Pablo II,
enviado desde Roma para la ocasión.
Desde aquel momento, la atención
pastoral del santuario ha sido confiada a la prelatura del Opus Dei. De
hecho, en el templo hay un busto de su fundador, san Josemaría Escrivá.
Buscar el camino
La celebración del viernes 2 de mayo es, por demás, especial. La comunidad del santuario está alegre, y cerca de una treintena de fieles ya aguarda media hora antes del inicio de la misa. “Hoy vamos a presentar las reliquias de Jacinto Vera, que van a estar aquí con nosotros. Es un gran privilegio” anticipa el padre Carlos María González (74), quien pertenece a la prelatura y es rector del templo.
“Si viene alguien para confesarse, hablamos en otro momento”. Advierte el P. González, antes de ingresar a una pequeña habitación, de aproximadamente dos metros por dos metros y medio. “Lamentablemente no tenemos un salón parroquial u otro lugar para reunirnos, las salas de abajo las utiliza Manos Veneguayas”, explica, antes de comenzar a recordar su llamado vocacional y su ingreso en el Opus Dei.
El P. González se fue del país siendo profesor de finanzas públicas, en la facultad de Ciencias Económicas. Era ayudante de prácticas, profesor adscripto y teórico, y también trabajaba en una empresa lanera. No imaginaba su vida alejada de la práctica profesional.

“Recuerdo que, cuando estaba en cuarto de liceo en Maturana, solía rezar, iba a misa los domingos, era buen estudiante y comencé a tener una inquietud vocacional. Era normal que a esa edad aparecieran esas preguntas, porque uno tiene que decidir qué estudiar y hacer de su vida. Estaba con esa idea y me planteaba el tema de la fe, incluso veía con buenos ojos a los salesianos porque los quería, pero a la vez sabía que buscaba estudiar y tener una profesión. De igual manera, también quería estudiar teología y fortalecer mi vida espiritual. Pero no veía compatible desarrollarme profesionalmente y ser sacerdote. Cuando conocí al Opus Dei, me permitió vivir la radicalidad del bautismo, con una vida espiritual intensa y con misa diaria. Eso era lo que intuía que quería para mí, pero estando en Roma entendí que quería hacer más y, mientras trabajaba para la curia prelaticia del Opus Dei, aproveché y estudié. Primero terminé el bienio filosófico y el cuadrienio teológico, y luego hice una licenciatura en derecho canónico. Pero seguía esa inquietud, sentía el llamado a estar más disponible para lo que Dios quisiera para mí. Fue una vocación algo tardía, me ordené con 47 años”, complementa el rector del templo.
A disposición de todos
Quien acuda al santuario notará con facilidad que es una comunidad, en esencia, heterogénea. Algunos fieles concurren por su afinidad con la espiritualidad de la prelatura. Otros por cercanía geográfica. Varios más, por estar en una ubicación de mucha movilidad y próximo a un centro comercial.
“Es una iglesia y santuario, pero no parroquia, entonces es muy particular. Lo que me gusta destacar es que estamos viviendo una etapa de iglesias abiertas, y en esa línea este es un templo abierto al barrio. Tenemos un horario de mañana y en la tarde otro horario más generoso, con confesores disponibles. Eso marca un poco la esencia de esta comunidad que, como tal, no es como una parroquia. Tampoco tenemos tanto espacio, y el lugar en el que estamos hace que sea distinta al resto. Me gustaría generar espacios de encuentro, pero no tenemos lugar para que los fieles se reúnan. Somos comunidad en tanto los fieles vienen a las mismas celebraciones, conversan antes y después de las misas, y se conocen entre sí. La identificación del templo es que está siempre a disposición de las personas, donde pueden venir cómodamente a rezar y con el sacramento de la reconciliación como una identificación importante. Es muy reconfortante, porque es un lugar de tránsito en el que, cada día, vienen muchas personas a confesarse y encontrarse con Dios”, afirma el P. González.

En la misma línea, el P. José Luis Vidal (75, ordenado en 1978), destaca su rol como espacio de reconciliación: “Lo que tenemos para ofrecer, además de la celebración eucarística, es la atención para confesiones y la dirección espiritual. Me ocupo de confesar los lunes y los martes, y los fieles lo utilizan bastante, e incluso luego de la misa se acercan para darnos las gracias. Es curioso y movilizador ver que hay personas que, sin tenerlo pensado, se acercan al templo luego de estar alejados treinta o cuarenta años de la Iglesia como tal. Es algo interesante, que nos pone muy contentos. Es un lugar especial, porque por la estación de la terminal pasan miles de personas, y muchos de los que vienen apenas tienen conocimientos de la fe, entonces la confesión es una especie, también, de catequesis. ¡Tenemos muchas historias sobre eso! Otro tema es que estamos cerca de varios hospitales, y cuando las personas están enfermas, mal de salud o incluso fallecen, acuden para que los acompañemos en esos momentos. Cada vez que se acerca alguien, así no tenga mucho fundamento de su creencia, lo veo como una acción del Espíritu Santo, y nosotros como instrumentos”.
El valor de la comunidad
¿Qué es lo que distingue al santuario de otros templos arquidiocesanos? ¿Cuál es su diferencial? Los fieles de su comunidad tienen visiones bastante similares.
Para Carlos, quien hace veintitrés años que participa de su comunidad y colabora allí a nivel administrativo y litúrgico, “la diferencia está en el apostolado del confesionario. Es una tarea preponderante en el santuario, porque viene gente de todo Montevideo a reconciliarse. El horario es amplio y siempre hay confesores disponibles. No hay en Montevideo otra comunidad igual a esta”.

José Pedro llegó al templo hace trece años, y destaca su organización: “Me encontré con una comunidad muy dispuesta, con horarios establecidos y la posibilidad de siempre disponer de los confesores. Sin duda destaco ese orden y el respeto para quienes venimos a rezar, porque se cuida mucho el espacio de oración, incluso se reza el santo rosario antes de las misas. También hay mucho cuidado de la liturgia y eso se ve”.
Según Julia, es una comunidad que acompaña espiritualmente a sus fieles: “Venía de la parroquia de Belén y de Tierra Santa. Ahí dejé de ir porque estuve muy enferma y se me complicaba ir hasta ahí. Este santuario vive la fe de una manera especial, y los domingos o los días de fiesta el templo se llena. Todos tenemos necesidades espirituales, y cuando estamos mal, contar con un espacio de silencio, oración y confesión nos ayuda mucho”.